La no respuesta

“Pueden haber muchas razones que justifiquen dar un NO como respuesta,
pero no hay ninguna que justifique NO DAR una respuesta”

No responder se ha transformado en una conducta habitual en nuestras conversaciones, en nuestros compromisos, en nuestras actividades públicas y privadas. Es algo así como una epidemia emergente.

Hace un par de semanas Tomás, un joven profesional, me contaba muy entusiasmado que había tenido una entrevista para postular a una agencia de comunicaciones. Su entrevistador y posible jefe,  se mostró muy interesado en él «Necesito que seas parte del equipo» le comentó sonriendo Al finalizar la reunión le dijo que lo llamaría al día siguiente para reunirse con el Gerente General de la empresa, lo que era sólo una formalidad para presentarlo.
Sin decirlo explícitamente, Tomás entendió que sería contratado.

Ayer lo vi nuevamente, estaba muy mal, estresado nervioso, ansioso.

Me contó que habían pasado 2 semanas y este señor nunca lo llamó. Tomás había intentado comunicarse con él, lo llamó al celular, le envió un e-mail y nada.
Para peor Tomás había renunciado a su anterior trabajo.

Con sus 26 años, Tomás,  estaba teniendo una experiencia desoladora, relacionada con los valores. La confianza, el respeto, la autoestima… todo eso se había hecho trizas frente a sus ojos.

Al no tener respuesta se preguntaba: ¿qué habrá pasado? ¿Este señor se habrá quedado reflexionando después de la reunión y se dio cuenta que yo no valgo nada? ¿Habrá tenido un accidente, está hospitalizado y por eso no me ha llamado? ¿Me llamará algún día?

La no respuesta da lugar a  la especulación.

No responder es una de las crueles formas que tiene la indiferencia para evadir a otros y así no molestarse en hacerse cargo de dar un NO como respuesta. Es un acto que puede dañar mucho a quienes dependen de una respuesta para subsistir, para crecer, para creer, para desarrollarse, para trabajar.

No dar una respuesta a alguien que depende de ella, es un abuso.
Es una pérdida de tiempo, de energía, de buena vida.

En una reunión con amigos en la que comentábamos esto, Jaime,  uno de ellos, contó una historia en la que él había sido protagonista varios años atrás.

Esta es la historia:

Enamorado de Fernanda, su polola desde hacía ya 5 años, decidió proponerle matrimonio. Recién se había recibido de arquitecto, tenía trabajo y quería casarse. Cuando Fernanda escucho su proposición, abrió sus ojos con asombro, su cuerpo recibió un fuerte impacto con lo que escuchó y se quedó literalmente muda.

Después de unos minutos y sin ella decir nada, Jaime entendió que ella estaba demasiado emocionada para responder y le dijo “No se preocupe mi amor, no se preocupe, cálmese y mañana me responde”. Fernanda aliviada asintió con su cabeza y se fue para su casa.

Pasaron dos días y Fernanda no dio señales.

Jaime preocupado decidió ir a verla a su casa ya que tampoco respondía el teléfono. Cuando llegó, la madre de Fernanda le dijo que ella estaba reposando, que necesitaba descansar, que estaba muy nerviosa. Jaime le rogó para que le dijera a ella que lo llamara.

Pasaron otros dos días sin noticias ni respuestas y Jaime nuevamente fue a su casa. La madre de Fernanda le dijo que ella no estaba, que había viajado al sur a ver a su padre… necesitaba estar con él. Jaime dedujo que Fernanda no quería verlo o algo así y muy triste regreso a su casa. Con el tiempo tuvo que aceptarlo.

Pasaron unos años y Jaime se enteró casualmente de que Fernanda estaba en el Sur, se había casado y tenía 2 niños.

Varios años después paseando por un mall, Jaime se encuentró frente a frente con Fernanda. Ella estaba sola, Jaime también. Ella intentó bajar los ojos y esquivarlo, pero Jaime lo impidió tomándola por el codo y preguntándole a sus ojos qué había pasado.

Ella sollozando y casi histérica le decía. “No me atrevía a decirte que no… porque sabía que ibas a sufrir mucho… nunca me lo he perdonado”

No responder  también hace sufrir al que no responde.

 

Es un deber dar una respuesta comprometida.
Si no es así, es un deber exigirla.

Es una cuestión de dignidad.

 

Acerca de Jorge Olalla Mayor

Publicista, Director Creativo, Coach Ontológico
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