Esta historia sucedió durante la guerra civil española.

Mi padre era teniente y su gran mérito era saber escribir a máquina,

algo que se consideraba avanzado en aquella época.

Por eso el realizaba labores administrativas en medio de mortales bombardeos.

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Relato de su hijo Julio en sus conferencias  (Transcripción de Carolina Alonso, coach y escritora colombiana que lo entrevistó durante un largo tiempo

“Mi padre me contaba a veces acerca de la guerra, a veces…

Y un día me contó esta historia:

Los republicanos habían ocupado una casa en Santander, un pueblo pequeño, al norte de España, donde él ejercía sus funciones como jefe de provisiones.

Y él sabía que, aunque ya pasaban hambre, llegarían momentos en los que la desesperación sería tremenda, así que guardó un pan, era su tesoro, lo guardaba ya duro, para cuando se sintiera morir de hambre. 

Entonces, en un momento en que estaban asediados por el ejército de Franco y, efectivamente, llevaban muchos días sin comer, una mujer, una vecina de esa casa donde ellos estaban, llegó a su puerta y, con la angustia y la desesperación marcándole la mirada, le pidió algo de comer, no para ella, sino para su padre, que se estaba muriendo de hambre. En ese momento, cuenta mi padre, él pensaba en su pan, tanto tiempo guardado, en su propia hambre, y veía a esta mujer… Sacó su pan y se lo entregó. La mujer, en silencio, se lo agradeció y se fue.

Muchos años después, cuando yo viajé con mi padre a España, visitamos ese pueblo costero donde estuvo a punto de morir de hambre a comienzos del 37.

Encontramos la casa, que todavía existía, y estábamos allí, cuando llegó una mujer y le preguntó a mi padre: “¿Tú eres Gregorio?”, extrañado mi padre le dijo que sí. Ella se lo quedó viendo y le dijo:

“Nunca olvidaría tu cara, ni ese pan que me diste hace más de 30 años”.

Los dos se abrazaron con los ojos llorosos por la alegría de estar vivos, por la generosidad y los regalos de la vida.