
Esta es una afirmación muy sabia y oportuna para nuestra convivencia. Estamos atrapados en una realidad en la que ya no florece ni la belleza ni la buena vida. ¡Cómo podría eso florecer en este contexto dominado por la violencia, el abuso y la corrupción; también por el miedo de quienes asistimos impávidos a este escenario de consecuencias tan previsibles.
Nada de lo que pueda ocurrir en esta dualidad de buenos y malos, de santos y demonios, de opuestos, de enemigos y profundos resentimientos, me identifica. No deseo que esta pesadilla se instale por los tiempos de los tiempos y nos suma en la tristeza e impotencia de no haber hecho nada para cambiarlo.
Revertir esta situación parece imposible. La codicia está desatada y el poder está fracturado en la debilidad de quienes lo tienen y la fuerza de quienes lo buscan. Ambos bandos, por supuesto, son acérrimos antagonistas y de acuerdo al lenguaje en el que se relacionan ningún acuerdo puede surgir… solo se escuchan improperios que ofenden y humillan a las personas.
El único camino posible y tal vez a estas alturas milagroso para revertir esta situación, son nuevas conversaciones; conversaciones para la acción.
El problema, el gravísimo problema es que nuestros interlocutores, quienes debían cuidarnos como ciudadanos y velar por nuestra tranquilidad son actualmente el parlamento, representado justamente por los ciudadanos que menos confianza atraen en la ciudadanía en aspectos valóricos claves como por ejemplo la honradez, el valor de todos los valores.