La Rueda cuadrada

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Una historia no necesariamente verídica

 Poco sabemos de los orígenes de la rueda y mucho menos sobre la rueda cuadrada.

Por ello la historia que escucharán a continuación intentará recomponer algunos trozos de este grandioso descubrimiento que han quedado injustamente diseminados en el olvido.

Todo comenzó en  Babilonia en un lugar cercano a la aldea de Larak, dentro del territorio que hoy conocemos como Irak.

Ahí, un pueblo nómada llamado Uruk, decidió permanecer una temporada después de un largo, penoso e interminable viaje. Se cumplía el año 3694 Antes de Cristo y ya era hora de que la civilización apurara su lento y sufrido tranco.

Una noche estando reunidos, los líderes de la tribu se quejaban amargamente del tremendo esfuerzo que debían hacer, cada vez que se desplazaban por el mundo, arrastrando sus pertenencias. La polvareda era insoportable, el sudor asfixiante, el tiempo de traslado era eterno, en fin, no estaban llevando una buena vida.

¿No habrá alguna manera de aliviar esa tarea? se preguntaban ansiosos.

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Y fue esa misma noche que decidieron reunir a todos los habitantes del pueblo en un Koulok. Así le llamaban a las asambleas en que todos participaban para resolver los grandes problemas, o simplemente para aprender de la vida. El lugar se sellaba completamente en varios círculos de personas muy juntas unas al lado de la otra.

Visto desde arriba, el Koulok se asemejaba a un estadio redondo con sus graderías.

Y ahí en medio de la noche iluminada por luna y fogatas, el patriarca junto a sus consejeros declararon por iniciada la sagrada reunión.

Les comunica a todo el pueblo que el motivo de tan solemne encuentro es la imperiosa necesidad de inventar mejores herramientas para trasladarse e invita a los creativos, inventores y cualquier habitante de la tribu a inscribirse para desarrollar una idea que alivie en parte ese gran esfuerzo.

El patriarca y sus consejeros estaban conscientes que lo que estaban pidiendo era  un milagro, un imposible. Pero esta tribu tenía un tremendo amor propio y una fe admirable.

Pasaron varios minutos de profundo silencio y nadie se inscribía, el patriarca y sus consejeros esperaban ansiosos rogando porque alguien se atreviera, hasta que por fin se sintió una voz desafiante ¡Yo me inscribo!

Era Kuadropuluk, un joven muy conocido en la tribu por su desplante e iniciativa como también por ser muy extrovertido.

Hubo aplausos cerrados mientras éste se dirigía con decisión a inscribirse.

Pasaron varios minutos y cuando ya parecía que no habrían más inscritos, se escuchó una tímida voz ¡Yo también! .

Era Rodariuk, un joven que casi pasaba desapercibido, tímido, soñador y muy poco comunicativo. Se inscribió y volvió a su lugar.

Con esto el encuentro se cerró, no sin antes cumplir con el rito de agradecimiento en que todos abrazados guardaron silencio hasta que el fuego se consumió.

A partir de ese momento los inscritos tendrían 7 días para mostrar su idea en un nuevo Koulok.

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Durante esos 7 días, Kuadropuluk y Rodariuk desaparecieron. Cada uno se alejo de la tribu a trabajar en su idea en un lugar que sólo ellos sabían.

Mientras tanto en el pueblo el entusiasmo por lo que venía era impresionante.

Hasta que por fin llegó el ansiado día.

El Koulok se programó para el mediodía.. Todos llegaron ansiosos por estar presentes en este gran encuentro. A las 11:30 ya estaban todos reunidos llenos de entusiasmo.

En el centro de esta especie de estadio estaban los dos inventos. Separados y  cada uno de ellos tapado con cueros.

Durante la media hora que faltaba para el inicio, los comentarios y elucubraciones sobre lo que se escondía en los cueros hacían un murmullo ensordecedor.

Exactamente al mediodía todo el mundo se puso de pie y abrazados guardaron silencio mientras se aquietaban sus pensamientos. Los sones de una rara melodía emergía  a lo lejos con una flauta de bambú de sólo 5 notas. Era  Ling-la, el único habitante de la tribu que no era de esa raza. Lig-la y su flauta aparecieron un día y toda la tribu se alegró. (vaya a saber uno cómo un chino llegó a Mesopotamia, eso es hasta ahora un total misterio).

Desde su llegada en todos los Kouluk su flauta tendría presencia en cada intervalo o meditación. Una vez aquietados los pensamientos, la música terminó y todos se sentaron en un silencio absoluto.

El patriarca de blanco impecable dijo:

Hermanos, estamos reunidos aquí para cumplir un sueño, uno más de tantos sueños cumplidos.

Y este sueño que hoy tenemos, es para tener una vida mejor. Dos de nuestros queridos hermanos nos han brindado su coraje para intentar la hazaña, eso se agradece desde el fondo de nuestros corazones.

A ambos les deseamos que los Dioses los iluminen y premien su valor.

Kuadropuluk y Rodariuk escuchaban emocionados y de pie solemnemente a unos metros del patriarca. Ambos vestidos de azul y blanco.

Rodariuk tímidamente se retiró a un costado dejando a Kuadropuluk con el primer turno.

Desde el centro, Kuadropuluk saludó a la gente de la tribu y estallaron los vítores y aplausos. Raudamente se dirigió a donde estaba su invento y de una sola vez retiró los cueros que lo escondían.

Al verlo, la gente titubeó un poco y luego exhalaron un ¡Ohhhhh!.

Todos estaban estupefactos, jamás habían visto una rueda y menos una rueda cuadrada.

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Un murmullo de comentarios zumbaba con fuerzas en todo el lugar, los que se fueron acallando cuando Kuadropuluk levantó la rueda y comenzó a rodarla.

Fue a partir de ese instante en que, tal vez por una situación intuitiva generalizada, los presentes no lograron entusiasmarse con el invento de Kuadropuluk.

Si bien es cierto era una muestra muy ingeniosa no reunía uno de los requisitos: no aliviaba mucho el esfuerzo.

Igual le brindaron un aplauso, pero quedó la sensación de una muestra más de cortesía que de asombro.

En el intertanto, el patriarca y sus consejeros, sonreían con beneplácito, pero sus sonrisas no dibujaban el inconfundible gesto de la victoria.

El estado anímico de Kuadropuluk cayó estrepitosamente, se puso nervioso, su boca estaba seca, estaba aterrado. Como pudo llegó a tomar asiento en un costado y comenzó a respirar algo más aliviado.

Durante el breve receso que precedió a la segunda y última muestra, los comentarios no eran muy optimistas, el juicio que la tribu tenía de Rodariuk  contribuía enormemente a que la gente no esperará mucho de su intento. Si Kuadropulk no había logrado encantarlos cómo podría hacerlo él, que apenas hablaba.

Con su sencillez habitual Rodariuk se dirigió lentamente hacia su invento y delicadamente empezó a sacar los cueros uno por uno, ante la impaciencia de la gente.

Una vez descubierto el invento, la gente guardó un silencio absoluto Silencio que se hacía aterrador.

El invento de Rodariuk era casi igual al presentado por  Kuadropuluk, con una sola diferencia: era una rueda redonda.

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Sin inmutarse y con una actitud de seguridad a toda prueba, Rodariuk tomó la rueda y dándole un impulso con sus brazos la hizo rodar de un lado al otro. En su recorrido fue girando hasta llegar mágicamente a las manos del propio patriarca.

A partir de ese instante una ovación ensordecedora resonó en todo el territorio. Ni siquiera el patriarca pudo contener su emoción corriendo a abrazar a este hermano iluminado, modesto y genial.

Rodariuk lloró y junto con él, la tribu entera.

Lloraron de felicidad, de orgullo, de esperanza. Todo era felicidad, todo era una fiesta.

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Esta historia podría llegar hasta aquí, pero como todas las grandes  historia, ésta también se ha guardado un final sorprendente.

Kuadropuluk quedó herido en lo más profundo de su orgullo, las sonrisas burlonas y comentarios que hizo toda la tribu casi lo derrotaron. Digo casi, porque él no descansó durante los tres días siguientes perfeccionando su invento.

Su perseverancia era admirable y cuando creyó haberlo logrado corrió hacia donde moraba el Patriarca y pidió una audiencia.

El Patriarca lo recibió con cariño.

Amado Patriarca, le dijo, le pido con todo mi corazón que me otorgue una nueva oportunidad para presentar mi invento. Lo he perfeccionado y puedo demostrar que es tan rápido como la rueda redonda de Rodariuk y se requiere exactamente el mismo esfuerzo para echarla a rodar.

El Patriarca le aconsejó no seguir más allá  puesto que estaban completamente satisfechos con el invento de Rodariuk. Sin embargo las súplicas de Kuadropuluk fueron tan convincentes que finalmente el Patriarca, a pesar de no tener mucha fe en su promesa,  accedió.

Dispuso un Kouluk para el domingo siguiente donde ambas ruedas se desplazarían por un recorrido de 100 metros empujadas cada una por su creador.

Y así fue como al domingo siguiente toda la tribu estaba  puntualmente al mediodía esperando que comenzara la prueba.

El recorrido estaba delimitado por piedras que separaban la trayectoria de ambas ruedas.

Los inventores estaban de pie junto a sus ruedas esperando la señal de largada.

El camino que correspondía a Kuadropuluk estaba tapizado de troncos cortados en la mitad y a lo largo, dispuestos unos al lado del otro, los 100 metros.

Kuadropuluk puso su rueda entre los troncos. Y cuando llegó la señal ambos dieron un fuerte impulso a sus ruedas.

Las ruedas comenzaron a rodar con exacta velocidad y al final de los 100 metros ambas llegaron al mismo tiempo deslizándose con igual armonía.

¿Cómo pudo Kuadropuluk hacerlo?

Simplemente invirtió el orden, como su rueda era de lados planos, al terreno lo hizo redondo con los troncos… y funcionó.

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El estadió estallo con un Ohhhhhhhhh!! de sorpresa que nos e escuchaba en años y los gritos de emoción y júbilo fueron atronadores cuando Rodariuk se acercó a Kuadropuluk y se abrazaron.

Cuando el público logró calmarse el Patriarca le pidió a Kuadropuluk que hablara.

Y éste dijo, con una modestia que nadie le conocía.

“ Quiero confesarles que cuando me presenté la vez anterior fui arrogante y subestimé a Rodariuk, creí que nadie me superaría, sin embargo estaba equivocado. Rodariuk nos mostró su notable ingenio y humildad inventando lo que estoy seguro va a cambiar la historia de la humanidad. Yo hoy sólo quise competir conmigo mismo y ofrecerles a ustedes mi pueblo, una muestra de amor y perseverancia.

Sufrí mucho estos días y ahora estoy feliz, pude lograr lo que verdaderamente me parecía imposible.

Yo sé que la rueda redonda va a serla elegida, pero me siento orgulloso de haber echo rodar una rueda cuadrada”

La rueda la fueron perfeccionando ambos amigos, de ese trabajo en conjunto nació el eje y luego la carreta.

El pueblo de Uruk, quedó en la historia para siempre con el notable invento de Rodariuk.

Y el gran Kuadropuluk nos deja una maravillosa enseñanza:

“Quien nunca descansa, quien con el corazón y la sangre busca lo imposible.
Ese triunfa.”

Autor: Jorge Olalla Mayor

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