El Poder de la Aceptación

Lo que fue no lo podemos cambiar

Por Manuela Uría Sánchez. Coach ontológica y Psicóloga organizacional

La madre chimpancé camina con el cadáver de su hijo a cuestas negándose a aceptar lo evidente y llevándolo durante tanto tiempo que el cuerpo del bebé acaba momificándose por causas naturales; la negación se prolonga hasta que la madre acepta el hecho y abandona el cadáver.

Al ver la imagen de esta madre transportando a su bebé muerto, negando lo que parece evidente, me ha sumergido en la reflexión de cuántas veces caminamos a lo largo de nuestra vida, con cadáveres para no sentir dolor. Cadáveres que acaban habitándonos al diluirse en lo material, pero que nos acompañan de manera no efectiva al no realizar el duelo, proceso que requiere de un tiempo necesario para completar y aceptar lo que es, y que no podemos cambiar (principio de realidad).

La intensidad y la duración de este duelo van a depender de cada persona, y de la interpretación que hagamos de lo importante que sea esa pérdida para nosotros. Los muertos anquilosados que transportamos en nuestro vivir,no son sólo seres que nos han dejado, pueden ser estados anímicos que se nos anclan en nuestra corporalidad al no aceptar, al no querer sentirnos vulnerables, al no llorar, al no querer o no saber pedir, al no saber decir que no, al no abrazar al otro y demostrar nuestro afecto, al no escuchar y vivir con altas dosis de resentimiento, de apatía o indiferencia (componente más patológico que propiamente la resignación que estaría indicando el final del proceso de duelo ), que nos hace creer que nosotros no somos responsables de nada y por tanto no hacemos nada o de negar aquello que no queremos aceptar para no sumergirnos en el dolor.

Negar es una primera fase del proceso de duelo que puede anquilosarse en nuestro cuerpo si no aceptamos la realidad de lo sucedido.

Es un mecanismo de defensa muy primitivo que nos hace pasear con los cadáveres no sólo en forma literal como el de la foto, sino que también habitarlos en nuestro cuerpo. La negación la utilizamos para no sentir el dolor que nos resquebraja, nos rompe, nos golpea y nos hace temer la pérdida de nuestra identidad. Es en la tristeza donde necesitamos parar, vivirla, sentirnos en el ojo del huracán para poder enfrentar el futuro. Si la tristeza o la rabia se nos instalan y nos habitan como estados de ánimo, nos vamos a mover con el resentimiento o la resignación. El resentimiento puede quedarse cosido a nuestras entrañas y hacernos transparente la unión inefectiva que mantenemos con el otro sobre todo si el otro ya no está con nosotros en sentido literal y simbólico.

La resignación es otro estado de ánimo limitante que habita nuestro cuerpo y que no nos permite realizar ciertas acciones de encarar objetivos, vivir el presente ni tener la energía para hacernos responsables de completarnos. Estos estados de ánimo se habrán diluido en nuestro cuerpo de manera permanente, restándonos energía para relacionarnos con el mundo, con el otro y con nosotros mismos.

Sentir la presencia de la rabia y la tristeza y poder expresarlas, es imprescindible para así poder aceptar el pasado y decidir lo que deseamos hacer con nuestra vida.

Sentir el dolor con toda la intensidad para después tambalearnos con la tristeza por lo perdido, nos brinda la posibilidad de encarar el futuro, de expresar nuestras emociones, de ser lo que queramos ser, dejar de actuar o reflexionar, de responsabilizarnos de nosotros y de nuestra relación con los otros… y sentir. Julio Olalla resalta la mala prensa que tiene la tristeza, una de las emociones más importantes y hermosas, que busca el silencio y nos distancia del mundo para que así tomemos desde el alejamiento, una nueva perspectiva. Este ejercicio nos invita a valorar lo que tenemos y lo que hemos perdido. Rehusar escuchar, distraernos, nos priva del significado de la vida.

La aceptación está relacionada con el principio de realidad,“lo que fue no lo podemos cambiar”. Aceptar, reconocer los sentimientos que vivimos con toda su intensidad, sentir nuestra vulnerabilidad que hace que nuestra energía se libere del sufrimiento… la aceptación es un proceso de aprendizaje que no nos evita el dolor, ni la tristeza, ni la rabia,sino que permite que nuestro cuerpo los reconozca y habite. Es ése fluir sin ejercitar resistencias, es ése abandono del cuerpo pero desde una escucha activa, lo que nos permite seguir en otro ritmo, lo que nos imprime una nueva forma de sentir y vivir desde la creativo, con esperanza y capacidad de poder poner nuestra atención y energía, en el presente una vez que el dolor se haya diluido.

Christophe André, autor de “Los estados de ánimo”, comenta cómo desde diversos estudios se ha demostrado que el hecho de haber estado deprimido puede aumentar la creatividad pero con una importante condición: no estar deprimido en el presente.

La tristeza es una fase clave en la aceptación del proceso de cambio bajo el modelo de Elisabeth Kübler Ross. Este permite focalizar la emoción en lo que sentimos perdido (juicio o hecho) para más tarde poner la energía en el aquí y el ahora, en el nosotros, en lo que nos da la responsabilidad de dirigir nuestras vidas y de elegir en cada momento en qué emoción queremos estar y cómo queremos relacionarnos con nosotros, con los otros y con el mundo.

Negar, reprimir, enmascarar o analizar intentando diseccionar las emociones nos lleva a no sentir, a bloquear nuestras emociones. Esto hace que nuestras emociones se vayan almacenando en nuestro cuerpo, pudiendo -con el tiempo- volverse muy tóxicas para nosotros, o convertirse en estallidos no efectivos con los otros.

Revisemos, escuchemos y observemos nuestros cuerpos. Sintamos los cadáveres que transportamos, y seamos conscientes del lugar en donde los alojamos corporalmente (miedo, rabia, tristeza…). Cuando tenemos la capacidad de habitarlos y reconocerlos, podemos ser capaces de fluir en la aceptación, en la vulnerabilidad y en una alegría limpia, al igual que el amor en su faceta de ternura (acoger al otro) y el erotismo (sentir el gozo de nuestro cuerpo y de la vida).

Resumen: Las energías estancadas se van asentando en nuestro cuerpo y nos van privando del fluir en la vida, y esto claramente nos desconectacon nuestra esencia. Hacernos la limpieza externa y fundamentalmente interna con el cambio de estación (al igual que cambiamos nuestra alimentación y nuestros hábitos), nos sitúa en un vivir con responsabilidad y compromiso, y esto, permite a nuestro cuerpo fluir en el aquí y el ahora. Revisar sistemáticamente los cadáveres que transportamos y las emociones y/o los estados de ánimo que nos habitan, resulta imprescindible para limpiar nuestro cuerpo y nuestra alma y poder así, encarar con alegría y coraje aquello que está sucediendo en él.

Acerca de Jorge Olalla Mayor

Publicista, Director Creativo, Coach Ontológico
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