
(Publicado en Enero 2020 /Retocado en Febrero 2021)
La violencia se apoderó del país y eso pareciera no importar incluso a quienes predican el amor, la paz y las buenas relaciones. La palabra de Jesús quedó olvidada y la propia Iglesia se restó de opinar, como si se hubiera ido a un retiro de silencio. Su nulo protagonismo sólo se explica por el enorme y pesado tejado de vidrio que está cargando.
Las iglesias son quemadas y nada se escucha Padre.
Dicen que el silencio otorga y eso significa que, solapadamente, está dando la bendición a no participar y dejarlo a la voluntad del otro y de cada uno.
La Paz se está quedando sin guardianes
La violencia rima con la sin razón, con la sordera y la rabia desmedida. Es el caos y la muerte, la extensión de la ira, el brazo armado de la locura.
Mientras la violencia avanza y se agiganta, sólo una violencia aún mayor podría vencerla, es decir pasaríamos de una violencia a otra peor, la que mantendría una paz a la medida de los vencedores: sin libertad y sin dignidad. Cualquier régimen que se instala por la extrema violencia va a someter así al país por años o décadas.
Y esto tampoco pareciera importar. Lo único que interesa es destruir al que juzgamos adversario y para ello no importa dañar a quienes no son adversarios y conforman la inmensa mayoría del país. La Paz no aparece como posibilidad.
¿Y qué pasó con el Coaching Ontológico?
Pareciera que se esfumó junto con el inicio del estallido de Octubre. Ninguna escuela o consultora tomó protagonismo en los momentos en que las conversaciones entre los chilenos se pulverizaban y dejábamos de escucharnos. El lenguaje se disparó y la ciudad se colmó de improperios escritos y verbales. Los actos del hablar – que pensábamos eran mágicos y salvadores – quedaron multiplicados por cero.
De parte de las Escuelas, apenas unos tibios comunicados que parecían venir de algún monasterio ubicado en las montañas, invitando a una comunidad seguramente desorientada, a reflexionar, a mirar en nuestro interior y por supuesto aprovechar la ocasión de vender un nuevo programita de crecimiento para actualizarlos.
El Poder de las Conversaciones fue reducido y secuestrado por los violentos, por quienes simbólicamente tapaban sus bocas con capuchas, mucho antes que llegara el Covid.
La convivencia se transformó en gritos, groserías, golpes y balas. Los coaches poco y nada hicimos.
“Existen dos causas que producen todas las confusiones:
no decir lo que pensamos y no hacer lo que decimos”
La mayoría optó por el silencio, ignorando el fenómeno y sumergiéndose en las explicaciones. Muy pocos salieron a defender la paz como una ineludible condición de satisfacción.
A medida que pasaban las semanas, los coaches más activos en las redes, publicaban opiniones y noticias que aparecían en los medios, en las que sutilmente (y a veces no tanto) muchos justificaban la violencia. El doble discurso y lo políticamente correcto los sumió en la comodidad y la incoherencia. Como que de repente pareció que las conversaciones sirven sólo hasta cierto punto… después de eso hay que quemarlo todo, porque de lo contrario no nos escuchan.
Entonces, en medio del mayor de los caos, las Escuelas de Coaching y las consultoras comenzaron a ofrecer nuevos programas y talleres con temas como: “Nuevas conversaciones para los tiempos de cambio” «Navegando en la crisis» “Articulando posibilidades” “Caricias para el Alma en tiempos de transición” y otros tantos títulos parecidos.
Al final el coaching es un negocio y hay que estar atento a las oportunidades, sobre todo aquellas que surgen en los ríos revueltos, donde lo único que todos tenemos claro es la total y absoluta incertidumbre.
¿Coaching de primera línea?
Luego de tantos meses de violencia, el lenguaje de algunos coaches es aún más directo e irreverente, en algunos casos pareciera estar dicho con capucha. Para no creerlo.
Laura es una conocida coach ontológica y muy activa en las redes; hace un tiempo cambió su foto de perfil por una en que aparece encapuchada, al mismo estilo y homenajeando a la primera línea (antes de que explotara el covid).
Por su parte, Jaqueline, otra connotada coach ontológica, declara abiertamente en facebook sus deseos de integrarse a la primera línea.
Ambas, al parecer viven del coaching ontológico, así lo declara Laura: “llevo 18 años trabajando sólo como coach ontológico”. Y lo mismo sucede con muchos otros coaches que abiertamente justifican la violencia como un medio para lograr cambios.
Hasta donde yo sé, ninguna distinción ontológica calza con la violencia o bien la justifica. Entonces cabe preguntarse qué enseñan como coaches, en qué empresas intervienen con sus talleres y a quienes forman en sus programas ontológicos. Resulta casi una ironía que se declaren expertos en, por ejemplo, “manejo de conflictos”, “clima organizacional”, “competencias relacionales”… paseándose por la confianza, el respeto y la ética.
«El poder de las conversaciones es muy lindo para enseñarlo, pero en la realidad parece que no certifica»
Una total incongruencia.
Hagamos memoria
El Coaching Ontológico nace en los años 80 como una respuesta filosófica a la terrible experiencia Chilena de los años 70, en que nos vimos enfrentados casi a una guerra civil, tal vez sí lo fue. El odio, el miedo y la violencia se habían tomado el espíritu de todo el país, fue horrible.
Fernando Flores decía en el año 1984:
“Las dramáticas circunstancias que vivimos en Chile en 1973, me hicieron reflexionar profundamente sobre el fracaso de la comunicación humana. Desde ese momento no he dejado de participar activamente en la investigación y el debate acerca de la relación entre el lenguaje y el ser humano”
Esta nueva disciplina enseñaba conceptos maravillosos para conversar, para resolver conflictos, para mejorar las comunicaciones humanas. La ontología del lenguaje cautivó a toda una generación que no conseguía superar el trauma de una dictadura y de una experiencia política extremadamente dolorosa. Una generación que no tenía cómo enfrentarse a sus fantasmas, a sus frustraciones y al sentido mismo de la vida.
Quienes vivimos esa época sabemos que hoy la historia se está repitiendo y que puede ser aún peor. En esos años el conflicto nunca terminó en un acuerdo, el conflicto se detuvo por la fuerza y no por la razón.
Seguimos culpándonos unos a otros, todos nos declaramos inocentes y no entendemos que en realidad, todos somos responsables de lo que sucedió y de lo que está sucediendo.
Si no lo detenemos ahora dándonos una pausa para la cordura, lo que viene muchos ya lo sabemos, al menos una generación como la mía lo sabe porque lo vivió.
No más violencia significa no participar en actos de violencia ni en conversaciones de violencia. No apoyarla, no hacer la vista gorda a lo que nos está sucediendo.
No más violencia significa promover la paz y hacerlo con toda la fuerza, hasta que duela.
Si algo grande hemos aprendido los coaches es:
Que el lenguaje genera realidades; que el resentimiento es un veneno que nos va corroyendo el alma; que el perdón es una maravillosa posibilidad de sanación; que las conversaciones son el camino para los acuerdos; que el fenómeno es uno solo y las explicaciones muchas; que las cosas son como cada uno las ve; que así como la tristeza nos puede quitar las ganas de vivir, la rabia nos puede animar a matar; que las emociones las podemos controlar y también nos pueden descontrolar.
¡Aprendimos tantas buenas cosas!
Más allá de creencias y religiones todos los Coaches de Chile y también del mundo, debemos orientar nuestras conversaciones en terminar con la violencia, que no es lo mismo que hablar de la paz.
Tal vez a la violencia nunca la vamos a vencer, pero sí podemos enfrentarla obligándola a que se exprese y nos presente su plan. Hasta ahora nadie, ningún político ni gobernante le ha preguntado a quienes desde hace más de tres meses ejercen diariamente la violencia y están arrasando sistemáticamente con las ciudades de Chile: ¿Qué es lo que quieren?, ¿Por qué están destruyendo el país?
Si logramos eso, tal vez cambiemos el rumbo.