Ellos derrumbaron a la iglesia en Chile y tal vez en el mundo.
Son héroes. Así es y así son.
El camino que hubieron de recorrer era sinuoso, terrible y completamente incierto; todo estaba en contra, pero ellos tenían la verdad y eso era indesmentible, en realidad muchos intuyeron que sus testimonios podían ser ciertos, que habían fundamentos y evidencias de las malas, o más bien perversas, prácticas de parte de su poderoso abusador y su séquito de también perversos aduladores.
Cuando se provocó el quiebre de confianza, de incondicionalidad y de obediencia con estos muchachos, estos fueron declarados primero “psicológicamente perturbados, desestabilizados emocionalmente”, también los trataban de resentidos, de estar llenos de odio y de rabia, pegados a una historia fantasiosa.
Las autoridades de la Iglesia les cerraron la puerta y todas las puertas que estaban al alcance de sus tentáculos.
Como esto no fue suficiente para desalentar a estos tres jóvenes que decidieron denunciarlos, entonces fueron declarados “oportunistas, chantajistas, mentirosos, difamadores”, todo esto a través de la prensa, gracias a un medio periodístico reconocido e intachables, que publicó la historia, una triste, muy triste historia que impactó a todo el país y a todos los medios.
Se les intentó calmar “no se expongan; dejen eso de lado; ejerzan la aceptación; den vuelta la página, ocúpense de sus familias”. Nada de eso funcionó y el mundo se conmovió al conocer los detalles del daño que un perverso puede llegar a ocasionar en la vida de seres humanos vulnerables e inocentes. No hubo compasión para abusarlos, acosarlos, intimidarlos, manosearlos y difamarlos. No hubo piedad para someterlos y manipularlos.
¿Cuál fue el motor que los impulsó a seguir y seguir hasta finalmente llegar al Papa y a la Corte Suprema para exigir justicia?
Tal vez fue la certeza de la verdad que defendían. Es probable que la rabia y el resentimiento hayan sido el combustible y la dignidad el carro que los transportó.