¿Se acabó la fiebre del Coaching?

por Sebastian Rodríguez / El Mostrador

La biografía de Sigmund Freud, escrita por Élisabeth Roudinesco, deja en claro que la edad dorada del psicoanálisis terminó el siglo pasado debido a que las convulsionadas vidas y obras de los padres del psicoanálisis fueron paradójicamente compensadas por sus discípulos con barreras y restricciones para los nuevos analistas.

Freud nunca quiso encasillarse en ninguna disciplina existente y se negaba a que sus revolucionaras ideas fueran parte de la psicología o la psiquiatría y a que sus teorías terminaran dominadas por las universidades, pero las primeras medidas del movimiento internacional –liderado por sus más estrechos colaboradores– apuntaron, paradójicamente, a que solo se formara a médicos en esta nueva ciencia.

Con esta medida los herederos de Freud estaban dejando fuera no solo a artistas, educadores, intelectuales y otros profesionales que habían contribuido apasionadamente al psicoanálisis… sino también a las mujeres, que todavía no podían ingresar a las escuelas de medicina.

Ahora, si dejamos este escenario atrás y saltamos a la realidad actual, comprobaremos que Freud fue el último gran analista… y que sus sucesores, con sus crecientes normas y condiciones, ahogaron una de las revoluciones intelectuales más interesantes del siglo XX y, en el camino, a muchos analistas que se opusieron a estos nuevos dogmas.

Por eso me parece esencial que los padres y abuelos del coaching vuelvan a conversar, pues tal vez, sin darse cuenta, vamos a terminar todos metidos en el mismo saco y, si bien los golpes de Maturana fueron necesarios para despertar y reflexionar sobre la ética de nuestro quehacer y el futuro de esta nueva profesión, es menester volver a sentarse a la mesa, antes de que el descrédito nos consuma.

Lejos de la nostalgia, muchos analistas continuaron un camino rupturista y vanguardista que, si bien no han tenido igual prensa que el psicoanálisis o el coaching, han hecho más por nosotros de lo que sospechamos.

Y es que, aunque muchos coaches lo desconozcan, el coaching no es producto o consecuencia de la Ontología del Lenguaje, la Biología-Cultural o la Programación Neuro-Lingüística, sino que tiene mucho que agradecer a terapeutas, psicólogos y científicos que rompieron con el paradigma psicoanalítico.

Por ejemplo, Paul Watzlawick, uno de los padres de la terapia sistémica (quien fuera un psicoanalista formado en el Instituto de Psicología Analítica de C. G. Jung), se entusiasmó tanto con las ideas cibernéticas de Gregory Bateson, Don Jackson y la hipnosis de Milton Erickson, que su mirada, literalmente, amplió la psicoterapia.

“Todas las terapias hasta ahora estaban fundadas sobre el primer principio de la termodinámica, según el cual, en el momento de cualquier transformación, hay conservación de la energía; en la teoría psicoanalítica, por ejemplo, de la libido. Aplicado a la psicología, este principio implicaba que todo cambio se desprende de la comprensión del pasado». Watzlawick reprocha así a Freud haber descuidado las relaciones del individuo y su medio, poniendo el acento sobre los procesos intrapsíquicos. El modelo proveniente de la cibernética, en cambio, considera que la “transformación descansa sobre lo que sucede y no sobre su por qué. Dicho de otro modo, se pasa de una concepción lineal de la causalidad a una concepción circular; se trata de reemplazar el por qué por el qué”.

Amélie Petit, autora de esta cita publicada en un artículo llamado “Para tratar al individuo tratamos el entorno”, nos muestra cómo Paul Watzlawick, al aplicar la cibernética a la terapia, deja de preocuparse de la estructura interna de la psiquis y empieza a operacionalizarla como una “caja negra” (al igual que los conductistas) que se relaciona con su entorno.

Este nuevo enfoque no solo concibe al paciente como un elemento de un sistema social, sino que reencuadra la patología, enfermedad o conducta inadecuada, como la solución que encontró el paciente para adaptarse a un entorno específico.

Esta forma de ver “la enfermedad” como una reacción que a veces es la mejor posible, e incluso la única, dado el entorno del paciente, abrió un horizonte de posibilidades para la terapia. Ya no solo había que buscar “la causa”, sino que ahora se pueden ensayar distintas alternativas que modifiquen la relación entorno-individuo.

Son muchos más los aportes de Watzlawick a la terapia, pero estas ideas, que se fueron desarrollando en Palo Alto, son esenciales para ver la polémica del coachingen perspectiva y entender que esta nueva disciplina es consecuencia de lo que David Bohm llama pensamiento colectivo.

Por eso, si volvemos a la Viena del siglo XX y desde ahí tomamos un vuelo a Santiago 2016, veremos que, pese a los años y a la distancia, las disputas de los discípulos están restringiendo las obras de sus creadores y a raíz de estos celos se ha desatado una polémica que a los coaches y asociados debiera llevarnos a reflexionar.

Claramente, frente a la creciente competencia, los círculos del coaching se están cerrando y, como la edad de oro de esta disciplina ya pasó, las restricciones probablemente van a seguir aumentando para no perder las ya mermadas cuotas de mercado.

Si bien no tengo reparos éticos y morales con lo anterior, pues es un reflejo más de las reglas del juego que por acción u omisión hemos aceptado, me preocupa que una disciplina que criticó tanto el hermetismo y escepticismo de la psicología respecto a su quehacer, esté ahora operando como los herederos de Freud y que, en vez de abrir puertas, las estén cerrando.

Y aunque inicialmente me hayan dolido los golpes de Maturana al quehacer del coaching, creo que él apuntaba a esto mismo, pues cada vez es más frecuente que para hacer coaching en determinadas empresas e instituciones ya no solo te pidan certificaciones internacionales, sino que ahora te piden esta certificación de esta universidad, pues eso le sube puntos a tu propuesta.

¿Quién regula esto? ¿Quién vela por que una certificación sea más válida o mejor que la otra? ¿Qué mecanismos usan?

Sinceramente no lo sé, pero no me cabe duda de que ya hay respuestas para todas estas interrogantes, pues, al igual que los discípulos de Freud, los movimientos del coaching están trabajando en manuales, normas y estatutos éticos para sustentar su posición y de paso ahogar a la competencia.

Por eso me parece esencial que los padres y abuelos del coaching vuelvan a conversar, pues tal vez, sin darse cuenta, vamos a terminar todos metidos en el mismo saco y, si bien los golpes de Maturana fueron necesarios para despertar y reflexionar sobre la ética de nuestro quehacer y el futuro de esta nueva profesión, es necesario volver a sentarse a la mesa, antes de que el descrédito nos consuma.

No hay que olvidar que una de las mentes más privilegiadas del siglo fue incapaz de entender la amenaza del nazismo. Freud fue de los últimos intelectuales judíos en abandonar Viena, pues nunca sospechó que su castillo de creencias iba a sucumbir al nacionalsocialismo del país vecino, y temo que las cabezas que dirigen el coachingno entiendan a tiempo que, de no actuar, caeremos en el descrédito en el que están cayendo, uno a uno, los más diversos actores sociales.

Acerca de Jorge Olalla Mayor

Publicista, Director Creativo, Coach Ontológico
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