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Si reflexionamos en lo que nos está pasando como país, lo primero que sobresale es que estamos estancados y no sólo en los horizontes de la economía. Estamos estancados emocionalmente.
Lo que más está costando es entusiasmarse con lo que viene, o con lo que puede venir. Hay un sentimiento de que lo que viene – o lo que puede venir – no es alentador. Domina la sensación de que la visión de lo que viene está sometida a la incertidumbre de no estar entendiéndonos para ponernos de acuerdo en al menos algo.
Estamos en la total desconfianza.
Quienes ejercen la política (gobierno y partidos políticos) están tan desacreditados que lo que antes les parecía una vergüenza, ahora es apenas un bochorno. Ya nada asombra, la corrupción en esos dominios es parte de la vida y pareciera que además hay que asumirlo. Los rostros se endurecen para poder soportar los pesados tejados de vidrio que aparecen.
A pesar de todo lo que se ha descubierto, los corruptos siguen apareciendo en los medios haciendo declaraciones sobre el acontecer nacional. Eso irrita, eso golpea todos los días y las explicaciones que dan son una verdadera burla que nos tragamos… todos los días.
El imperio de la Codicia está gobernando. Tener más y más es hoy es un objetivo no transable, el miedo es tan grande que muchos quieren tener miles de millones para resguardarse. Comprarse todo, tener a la familia asegurada… con mucho dinero y sin importar que para ello haya que abusar, engañar, manipular. Sin importar en dañar a otros y condenarlos incluso a la miseria.
Las conversaciones públicas en Chile cada vez son más irrespetuosas, inclusive hasta en el humor, en lo que nos hace reír, sólo importa que muchos lo vean y suba el rating. Nada es sagrado, todo se puede profanar y pisotear.
Así como las buenas conversaciones pueden transformar a un país en un orgullo para quienes viven ahí, las malas conversaciones pueden llevarlo al infierno, a la oscuridad del temor, del resentimiento. Esto lo sabemos muy bien en Chile; pareciera que no aprendimos la lección y es como si quisiéramos repetir la historia, pensando que esta vez será diferente.
El Poder de las Conversaciones es tan grande que si prestamos atención a lo que estamos hablando y las consecuencias de lo que decimos, tal vez nos decidamos a frenar y evaluar las condiciones en que estamos, antes de seguir dañándonos. Darnos una merecida pausa para parar y pensar. Una pausa para reflexionar en todo lo que nos estamos perdiendo, en todo lo que ya perdimos y en todo lo que aún nos queda para disfrutar y compartir en paz.
Y por sobre todo, soñar con todo lo que podríamos construir en colaboración.
Si alguien piensa que la corrupción habita sólo en la política… está completamente equivocado. La corrupción es un mal endémico nacional que ¡gracias a Dios aún no se ha instalado en Carabineros ni en los Bomberos! Si eso sucede – ojalá que nunca suceda- ya no habrá retorno. Quienes han estado en Brasil, Paraguay, Argentina…etc., saben a lo que me refiero. La corrupción es el mal de todos los males, es hija de la codicia.
Erradicarla significa sacarla de raíz para que no vuelva a crecer. Erradicar la corrupción requiere de personas de valores intachables y que tengan el coraje para enfrentar a ese monstruo poderoso y despiadado.
Los escándalos de corrupción han sido tan sorprendentes que pareciera que se acabaron los Poderosos, los Gurús, los Estadistas, los Congresistas, los Candidatos, los Pioneros, los Iluminados y todos los que se creían tan grandes y superiores. Nos decepcionaron y dejaron de existir, y a pesar de que siguen gobernando, se acabó el respeto y la sumisión con ellos.
Ahora viene el tiempo de las nuevas ideas pero también está el peligro de tiempos en que se imponga una idea única e indiscutible… o se impongan las malas ideas, ahí sí que se acaban las conversaciones y el buen vivir.
¿Qué podemos hacer?
La desconfianza es un contexto muy tenso, consume mucha energía y además resulta carísimo. La tecnología, los sistemas de seguridad y la burocracia florecen donde la desconfianza se instala. Se invierte muchísimo dinero en vigilarnos unos a otros y muy poco o casi nada en desarrollar los valores humanos para instalarlos en el colegio, en la familia, en las organizaciones.
Se invierte muchísimo dinero en largos juicios y poco o casi nada en aprender a conversar.
“Si continuamos en la misma dirección
vamos a llegar exactamente a donde nos dirigimos”
El único camino que parece posible para enderezar el rumbo hacia un propósito común – aunque este sea muy amplio o general – es el camino de nuevas conversaciones en el país. Cultivar nuevas herramientas en nuestro lenguaje que nos acerquen a un entendimiento común. No importa discrepar si somos capaces de escuchar al prójimo para entender el por qué piensa distinto.
No es lo mismo respetar a quien piensa distinto que descalificarlo o incluso atacarlo.
Hay un mundo de nuevos aprendizajes que cultivan el buen vivir, la tolerancia, la colaboración, los afectos, la solidaridad, la humanidad. Son otras maneras de aprender que asumen y activan las emociones, porque son estas las que en realidad guían nuestras acciones. La racionalidad sólo intenta poner orden al torbellino de emociones de los seres humanos.
Toda instancia educativa o de capacitación debía contemplar como parte del aprendizaje: el buen vivir, el poder de las conversaciones, los valores humanos, la coherencia entre el lenguaje, el cuerpo y las emociones, etc., etc. Son lo que llaman “habilidades blandas” y que curiosamente sin ellas “es dura la vida”.
Aunque parezca una utopía decirlo, es el Perdón, el Amor y la Gratitud lo que nos falta expresar una y mil veces todos los días en éste, mi amado Chile.