Waldo fue mi compañero de curso cuando estábamos en el colegio.
Me he encontrado con él en algunas ocasiones a través de la vida. Todas ellas han sido en el contexto de nuestros encuentros anuales con aquel curso de compañeros que compartimos nuestra juventud.
Hacia varios años que no lo veía y en el último encuentro que hicimos tuve el placer de reencontrarlo nuevamente.
Me llamo la atención la rigidez de su postura corporal, su rostro sin expresión a pesar de esbozar una sonrisa permanente. No era el mismo Waldo que tocaba maravillosamente la guitarra y nos entretenía con sus canciones cuando apenas teníamos 15 años. Tampoco era el mismo ejecutivo exitoso que estuvo varios años trabajando en el extranjero, enviado por la Compañía donde trabajaba. Waldo no era esa persona cuando lo vi nuevamente.
Luego de observarlo un momento me acerqué a él con un abrazo cariñoso y empezamos a conversar.
¡Que bueno verte! siempre nos acordamos de ti cuando nos juntamos los del curso,
¿Cómo estás, como está la familia?
Me miro y me dijo:
Bueno, yo me separé hace varios años y ahora tengo una pareja, con la cual tenemos una hija de 6 años, pero no vivimos juntos.
¡Qué bueno! ¿Estas feliz así? le pregunté.
Mira yo no vivo con ella porque mis hijos me lo impiden, respondió.
¿Vives con tus hijos?
No, uno de ellos viven con su madre y el otro esta casado, vivo sólo.
Si ellos viven con sus familias ¿por qué no quieren que vivas con tu pareja y tu hija?, le pregunté.
Es que hace 4 años atrás mi hija mayor murió y ellos la culpan de eso.
En este momento de la conversación me di cuenta que con esa respuesta Waldo estaba pidiéndome que escuchara el drama que estaba viviendo.
En realidad, prosiguió, el verdadero culpable soy yo.
Yo debería haber estado con ella cuando falleció y eso jamás me lo voy a perdonar.
Quedé sorprendido y le pregunte ¿Cómo falleció tu hija?
Ella tenia diabetes y sufría de profundas depresiones. El medico le había recetado amprazolam. Esa noche ella se sentía muy mal y tomo varias de esas pastillas. Cuando llegue estaba muerta.
¿Dónde estabas?
Estaba en la casa de mi pareja, yo debía haber estado con mi hija y no le habría pasado nada. Fue mi culpa y yo se que nunca voy a ser feliz, eso lo se y tiene que ser así
Hubo una pausa de silencio en que mi mente recorría todo el aprendizaje de coaching que he tenido, intentando buscar una palabra que decir. Me impactó muchísimo su relato especialmente por su terrible pena y su tremenda culpa.
La pena es inevitable y sólo se podría ir con el olvido, lo que en el caso de mi amigo Waldo eso sería es imposible. El pensamiento y los sentimientos no dependen exactamente de nuestra voluntad.
Pero la culpa es otra cosa.
La culpa la podemos apartar de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos con un acto de magia maravilloso que se llama: el perdón. Nadie es tan culpable ni es tan inocente. Somos, eso sí, responsables que no es lo mismo que culpables.
La culpa es un castigo que nosotros mismos nos damos en la errada creencia de que eso va a paliar en algo el dolor de una pérdida. Todas las circunstancias de la vida están sometidas a una sincronía, en un engranaje que no depende exclusivamente de nosotros.
Nadie puede estar en un lugar y momento en que consideramos que deberíamos haber estado.
El perdón nos regala una posibilidad maravillosa para sanar nuestra culpa. Perdonarse así mismo no significa eludir la justicia divina ni traicionarse.
Perdonarse significa retornar a la armonía y a la paz con todos quienes te aman y sufren por tu culpa.
(2014)